"Gabo tiene una nieta que se llama Gabriela Gabriel García, ella es su adoración, yo soy su asesor académico de matemáticas y de física. Para ella Cien años de soledad es una obra sencilla, cómo no, si su abuelo siempre la dormía relatándosela, la chamaquita se la sabe de memoria": Adonay Ortiz.
Por María Andrea Solano Behaine
Adonay Ortiz Hernández, un ingeniero físico de 52 años, nacido en San Bernardo del Viento, es uno de los músicos de cabecera del Nobel colombiano Gabriel García Márquez.
Él vive en Ciudad de México, tiene maestrías en robótica y embalaje de las universidades de Filadelfia y la San Marino, y a eso se dedica, pero los fines de semana prefiere tomarse su tiempo para producir sonidos en una herramienta de madera y plástico que lo transporta a su tierra en cada golpe. Se trata de la caja vallenata que toca en el conjunto Guatapurí, al lado de Luis Aponte, un arquitecto guajiro que toca el acordeón, y Raúl Ordóñez, un odontólogo samario que interpreta la guacharaca.
Adonay llegó al país azteca a estudiar becado en la Universidad Nacional de México el mismo año que el cataquero estuvo en Estocolmo vestido de liqui–liqui recibiendo el premio Nobel de Literatura, 1982. El entonces estudiante tenía 21 años, había sido profesor de bachillerato en varios colegios del sur de Córdoba y ya tocaba la caja, instrumento que aprendió desde niño de la mano de un maestro al que llamaban el Pichanga, en San Bernardo del Viento.
Cuando llegó a México empezó a sentir la nostalgia por su tierra caliente y la música de Escalona. No pasó mucho tiempo para que con otros costeños, estudiantes lo mismo que él, armara un conjunto vallenato: 'Los universitarios de Colombia', con el que cada 8 o 15 días se ganaban una platica presentándose en fiestas a las que iban colombianos, venezolanos, peruanos, ecuatorianos, brasileros y mexicanos. Sin embargo, habría de pasar mucho tiempo para que García Márquez pudiera festejar con los golpes que su compatriota le da al parche de su caja vallenata.
"El maestro siempre me pregunta: 'Oye, Adonay, ¿cómo es que tú te llamas?' y su esposa me dice: 'Contéstale que te llamas Gabriel García Márquez para ver qué te dice'".
Cómo lo conoció
Gabo quería recibir el año 2004 en su casa de veraneo en Cuernavaca, y pasar la noche de año viejo escuchando vallenato, un vallenato de caja, guacharaca y acordeón. De guacharaca de lata (palo) –no le gusta como suenan las metálicas– y cantado a galillo 'pelao', sin amplificación, sin nada de micrófono y sin tanta bulla. Solo quería tres músicos, uno para cada instrumento, que llegaran con sus esposas e hijos para que se sintieran en familia.
La afición del escritor por el vallenato es tal, que incluso ha dicho que Cien años de soledad, su novela más conocida, es un vallenato de 400 páginas. No en vano el nombre de Rafael Escalona, uno de los grandes maestros del género y quien fuera su amigo, es mencionado en la obra con nombre y apellido; lo mismo que Francisco el Hombre, un mítico juglar vallenato al que describe como "un anciano trotamundos de casi doscientos años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo". Además, en varias ocasiones ha sido jurado del Festival de la Leyenda Vallenata.
Mercedes Barcha, la esposa del escritor, recordó que una amiga suya le había dicho que su sobrino Luis, que vivía en México, tenía un grupo con otros amigos colombianos y los contactó para esa noche.
Para entonces, Adonay trabajaba para unas compañías americanas y canadienses en el área de la robótica, pero seguía tocando su caja, ya no con Los universitarios, sino con el grupo Guatapurí.
Le seguía el paso a Gabo, lo admiraba, se había leído Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba, La hojarasca, Crónica de una muerte anunciada y algunos de sus cuentos. Sabía que el escritor vivía muy cerca de su casa en el Distrito Federal, "en una calle que se llama Lluvia, que queda al lado de otra que se llama Agua, donde vivía el expresidente Gustavo Díaz Ordaz", y que se había mudado a la calle Fuego, en el mismo sector de El Pedregal de San Ángel.
Lo había visto varias veces en la biblioteca Gabriel García Márquez, que quedaba al final de la Avenida Revolución. Sabía que llegaba allí a las 5:00 p. m., todos los días, pero no habían cruzado palabra.
Para sus fiestas, a Gabo se le ofrecen con frecuencia muchos y famosos grupos de música, como la Sonora Dinamita, la Sonora Margarita o el Grupo Oriente, pero él no los acepta, prefiere un grupo pequeño, la caja, la guacharaca y el acordeón y por eso Adonay, Raúl y Luis llegaron a su casa para cantarle aquel Año Nuevo.
Sabían que iban a tocarle a su compatriota Nobel, y ninguno podía ocultar su emoción. Condujeron una hora desde el D.F. hasta Cuernavaca, pero su sorpresa fue mayor cuando al entrar a la casa estaban en la sala, además de Gabo y su mujer Mercedes, el escultor y pintor paisa Fernando Botero, el escritor mexicano Carlos Fuentes y el periodista Carlos Monsiváis (q.e.p.d.). Una reunión de finas artes y sin escándalo, para poder conversar y tomarse unos traguitos de tequila de agave Don Julio, que, como dice Adonay, "los cardiólogos lo recomiendan para quemar la grasa, es muy agradable y para nada nocivo".
Tanto le gustó el conjunto a Gabo que lo siguió llamando para otras ocasiones, normalmente fiestas de 80 o 90 personas, y desde hace cuatro años son los músicos oficiales de su fiesta de cumpleaños cada 6 de marzo, que hace en la casa de 600 metros cuadrados, en la que vive con su esposa, su secretaria de toda la vida y la hija de su secretaria.
Las preferidas
Después de aquel Año Nuevo, Guatapurí le ha tocado a Gabo en más de diez ocasiones, incluidos sus cumpleaños 81, 82, 83 y 84, y de vez en cuando pasan por su casa a visitarlo y "llevarle sorpresas, porque le encantan las sorpresas". El grupo ya conoce las canciones de Gabo, el maestro no necesita pedirlas para que ellos las toquen, son vallenato puro, de ese vallenato de antes.
En la lista, la primera que figura es La casa en el aire, ninguna lo conmueve como esa. Por cierto, comenta Adonay, "siempre ha dicho que parte de esa canción se la regaló él a Escalona, porque él la tiene escrita y tiene más texto de lo que dice la letra".
Le sigue Macondo, que al escritor le arruga el pecho: "Cuando la interpretamos –comenta Adonay–, al maestro se le salen dos lágrimas y se pone a bailar con la señora Mercedes, aunque es muy raro verlos bailando".
Otra canción que también le gusta es El gran Gabo, una sorpresa que una vez le llevaron, que escribió Luis Aponte y a la que él le dio el visto bueno. Cuando la escuchó por primera vez, dijo: "Oye, ¡qué bella! Después de oír esto por primera vez, no puedo decir nada, sino ponerme a llorar de alegría, además tienen una ventaja, que no tiene paja ni vainas de esas… no le agregues nada".
Para el sambernardino, el Nobel "es una persona muy noble y sencilla. Muy mamador de gallo, pero muy serio y honesto". Un día tuvo que regalarle su caja. "Su hermano, que también es escritor, le dijo al maestro Gabo: 'Ese es el instrumento de Adonay, déjaselo", pero él le contestó: "¡No, señor!, él me la está regalando; cuando venga aquí la va a tocar, cuando quiera tocar en otra parte, que se lleve otra".
La costumbre en esas fiestas del Nobel es que, alrededor de las 6 de la tarde, cuando terminan de comer y se ha hablado de todo un poco, los invitados, que usualmente inician la reunión a las 3:00 p. m., comienzan a retirarse y solo quedan unos cuantos, la familia y el conjunto vallenato.
Un Mustang para Adonay
Un día, al finalizar una de esas reuniones, Gabo vio que Adonay iba saliendo a pie y le dijo a su esposa Mercedes: "Adonay no tiene carro, regálale el Mustang". El músico creyó que era una de las continuas bromas del maestro, pero este insistía: "Tráete las llaves, que se lleve el Mustang". Adonay, que había parqueado su vehículo cerca, le contestó: "Maestro, yo tengo mi camioneta aquí a dos cuadras, porque no había dónde estacionarla, la calle estaba muy llena'". Gabo le insistía: "Tú me estás mintiendo, no traes carro".
Entonces, Adonay le dijo: "Bueno, hagamos una cosa, ahora paso en mi camioneta, y me voy a parar aquí en la calle para que la vea". Mercedes tenía las llaves en la mano: "No te está bromeando, te lo está diciendo en serio, si no traes carro, te llevas este y es tuyo, pero como dijiste que traías camioneta, ahora no te llevas el Mustang".
"Yo mismo, más en serio que en broma, he dicho que Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas y que El amor en los tiempos del cólera es un bolero de 380. En algunas entrevistas de prensa he confesado que no puedo escribir con música porque le pongo más atención a lo que oigo que a lo que escribo. La verdad es que creo haber oído más música que libros he leído, y pienso que no me queda mucho por escuchar desde Juan Sebastián hasta Leandro Díaz": Gabriel García Márquez.
Unidos por el vallenato
Adonay solo toca la caja cuando la ocasión lo amerita, en las fiestas de la embajada colombiana en México, eventos sociales y culturales y hasta se han presentado en Televisa. Hace 6 años fundó su propia compañía, 'Adonay empaques, robótica y embalaje', y trabaja de forma independiente, pero la música es una forma de estar en contacto con sus raíces, con su tierra, que tanta falta le hace, y una excusa para inculcarles a sus tres hijos mexicanos el amor por Colombia.
La música también le ha servido de excusa a este hijo de San Bernardo, un pueblo que fácilmente puede ser un Macondo, para encontrarse y de alguna manera convertirse en amigo de su compatriota Gabo, el escritor vivo más importante del mundo. Unidos por el vallenato, dos hombres que viven el folclor Caribe, se hicieron amigos en la tierra de la ranchera.
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