Aún no se asoma el sol y no parece que seis horas mas tarde la temperatura alcanzará 38ºC por ahora el centro está semimuerto, semidesolado, los locales comerciales están cerrados y en sus puertas unos singulares pero comunes visitantes, los gamines, esos harapiento y hediondos personajes que duermen, vivien, y comen del aire, de los despojos de la ciudad; pocos carros transitan a esta hora por las calles, en su mayoría transporte público, que moviliza a chicos de uniforme y universitarios que llegan tarde a clase.
Pero el caótico trancón que no se vive en el centro, esperaba por mí en el norte de la ciudad, en el trampolín que conecta al Barrio El Recreo con la última calle de La Catellana, todos los días padres en pijama y con caras de sueño, desesperados por llevar a sus hijos al colegio obstaculizan el tránsito, hecho que hace retardar el paso del bus que veinticunco minutos atrás tomé a una cuadra de mi casa.
Después de una mañana corriente en la universidad, me dispongo a tomar el bus de regreso, el segundo del día, son las doce meridiano y el sol rechina a través de la ventana, a esta hora el tráfico revive, la doble calzada de la Circunvalar parece no dar a basto para el flujo vehicular que se mueve a esta hora por toda Montería y que seguirá creciendo pues el aumento de concesionarios específicamente en el norte de la ciudad lo demuestran. Llegamos a la cuarta, todo un caos, Carrera cuarta + hambre + calor + trancón + bocinas de carro = ¡¡¡ DESESPERACIÓN !!!
Es el mismo recorrido de la tarde y de todos los días, pero en circunstancias muy diferentes. A las cuatro de la tarde en sentido sur-norte, en la esquina de la 41 con tercera, una escena que muchos considerarían como explotación infantil: una niña de menos de doce años cargaba una anafe con carbón encendido , junto a ella dos mujeres mayores le daban indicacione, ninguna se alteró por el riesgo que corría la menor.
Ya entrada la noche el cansacio me agobia, es la hora de regresar a casa: comer, dormir, pero antes, estudiar un poco; mientras pensaba en descansar, del otro lado de la ventana un reciclador de vidrio empezaba su labor, a pies descalzos, sin guantes ni ningún tipo de protección y a la luz de la luna rompía botellas y las hechaba en una caja. Esta es la vida de la ciudad mientras unos duermen,otros trabajan.
María Andrea Solano Behaine
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