¡Lorica, Lorica, San Pelayo, San Pelayo! Es el grito que despierta a la calle 37 con segunda, son los reboleadores que buscan atraer pasajeros para los buses que a esa hora comienzan su ruta. Son las seis de la mañana y aún no se ven las aguas negras que en poco tiempo correrán por esta calle, ni pega el hedor de basura podrida que a las horas de la tarde proviene del mercado informal de la avenida primera.
Su voz les ha dado el pan desde hace años, pero no son cantantes ni heraldos, o bueno tal vez de lo ultimo tienen algo, su función es anunciar, pero no a los caballeros sino la salida de los buses hacia los diferentes municipios del medio y bajo Sinú, y en vez de trajes medievales, utilizan camisas semitransparentes por el uso y yines o en su defecto pantalonetas. Este trabajo es tal vez el único que saben hacer, y temen perderlo cuando sus buses ya no hagan trancotes en el centro de Montería y sean llevados a la futura Terminal de Transportes en la prolongación de la calle 41, donde, como asegura Luis Augusto Sánchez que tiene 30 años de ser auxiliar de buses, tendrá que “buscar otra forma para conseguir la comida” pues dice, allá no habrá lugar para ellos.
Sánchez, quien se desempeña como reboleador desde sus 20 años, sostiene a los cuatro integrantes de su familia con este oficio, llega a la improvisada Terminal desde las dos de la mañana, se toma un tinto de $200, y empieza a vociferar a pleno pulmón, el día que mejor le va, recoge entre los conductores doce mil pesos, esto es mas que todo en temporada de turismo, del resto lo máximo que acumula en sus bolsillos son ocho mil pesos.
Manuel de Jesús Simanca, es el conductor del bus que sale a las seis, un Sotracor de esos rojos que tienen rayas de todos los colores y les suena hasta la pintura, aunque dice que algunas veces a los pasajeros les disgusta la labor de estas personas por que “por querer ayudarlos (a los pasajeros), a la gente no les gusta que los estén preguntando ¿pa’ ‘onde va?, ¿pa’ ‘onde va? Y a veces les salen con groserías, y ajá, ellos lo que hacen es ganarse la vida, aunque digan (los pasajeros) que los molestan muchos, ellos (los reboleadores) los guían hasta los buses y les dicen la hora de salida y cosas así, por eso es importante la función que ellos cumplen, y uno después les da que los mil, que los dos mil”. Luís Sánchez viene caminando a paso rápido desde la carrera tercera con una caja que ayuda a cargar a la señora que viene caminando tras él, la señora se embarca en el bus que va casi repleto, y parte hacia Lorica.
Algunos de esos pasajeros, como Robinsón López, no aprecian la labor de estas personas porque “me aturden, ya yo sé para donde voy, y este man siempre me pregunta como si uno no supiera que aquí salen los buses pa’ Lorica”, mientras Marina Llorente, que espera el siguiente bus está muy agradecida con los reboleadores: “ay sí niña, mira ese que está (señala a un reboleador) me ayudó ahora a subir los motetes al bus, lo ayudan a uno pero a la vez se ganan sus pesitos, y en este país todo el mundo tiene que rebuscarse”.
Y otro bus viene atrás, su bocina como de tren suena dos veces, como si una no fuera suficiente para que la gente se aparte del camino; sale en quince minutos, así que Luís se pone las pilas y empieza a de nuevo: ¡Lorica, Lorica, San Pelayo, San Pelayo!, de que los conductores lo vean vociferando y “trayendo pasajeros al bus depende la platica que nos suelten”, el problema para ellos, es que cuando los buses empiecen a salir de
Cuando la voz de estos heraldos de buses se extinga como sucedió con los medievales, solo quedará la anécdota de que en Montería existían personas que sin saber para qué lugar vamos, montaban nuestras maletas en esas latas con ruedas que llamamos buses y nos embarcaban por las calurosas rutas cordobesas. Ahora tendrán que “hacer otra vaina” para llevar comida a su familia.
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