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Una mañana con Marcos Daniel, el alcalde de bluyín



Por María Andrea Solano Behaine y Carlos Marín Calderín



Hace cuatro años, cuando estaba en campaña para la Alcaldía de Montería, Marcos Daniel Pineda García llegó una noche al barrio El Dorado con su comitiva para asistir a una reunión política. No sabían adónde ir y se perdieron en las calles del barrio, hasta que vieron un grupo de personas sentadas en la terraza de una casa.

El primero en bajarse del carro fue el entonces candidato, y con un grito de alegría, dijo mientras abría las manos para abrazar el aire y hacer notar aún más su alta figura: "¡Buenas noches, mi gente!". De repente vio de frente un féretro y gente llorando. El rostro de Marcos Daniel se ruborizó de vergüenza: era un velorio.
Pero pensó rápido: "¿Dónde está la viuda?", preguntó y cuando se la presentaron la abrazó y le dijo: "Doña, mi sentido pésame". Meses después, mientras pagaba la cuenta en un supermercado, una señora se le acercó y le dijo: "Alcalde, en mi casa todos votamos por usted, porque usted fue el único político que nos dio el pésame cuando mi esposo se murió".
Este jueves, 8 de septiembre, Marcos Daniel se levantó a las 6:00 a.m., como todos los días, cuando su hija Emanuela abrió la puerta del cuarto y se metió en la cama de él y de su esposa Natalia Ariza. El mejor alcalde del país, según las últimas encuestas realizadas por firmas nacionales, desayuna café con leche y algo
de pan, cazabe o una galleta de limón. A la media mañana, por recomendación de su médico, come alguna fruta, preferiblemente papaya, para mitigar su problema del colon, que le vino de ñapa con el cargo.
Se sube a una Toyota blindada, con un chofer, dos escoltas y el jefe de prensa. El radio, a bajo volumen, está sintonizado en el 1080 AM.
—Alcalde, ¿por las mañanas usted siempre escucha esa emisora?
—No, uno de los temas perjudiciales para el colon es escuchar radio local por las mañanas. Mi médico me recomendó no volver a escuchar radio. Y le tengo prohibido, a mi jefe de prensa, pasarme informe
de lo que dicen en las emisoras— comenta muerto de la risa, y apaga el radio.
Marcos Daniel tiene la contextura de Edgar Rentería, siendo aquel moreno, y comparte con el barranquillero su pasión por la pelota caliente. Pesa casi 100 kilos y hoy está más calvo que hace cuatro años.
—Mi dermatólogo me recomendó 'resignación mil miligramos'.
Su poco pelo castaño deja ver muchas canas a pesar de tener solo 34 años. El color de sus ojos es casi indescifrable, el espacio por el que se les puede ver es pequeño, son como de un verde 'Montería Amable' tirando a marrón.
Hoy viste una camisa Naútica de pequeños cuadros azules, un bluyín plano que de no ser porque es Ralph Lauren sería como los que usan los técnicos de Electricaribe. Lleva un cinturón café de Vélez del mismo
color de sus Timberland, unos zapatos 'de combate', que al empezar el día parecen recién sacados del almacén, pero que minutos después, cuando llegó a las puertas del megacolegio Los Nogales, sintieron
los estragos de las lluvias. Al mejor estilo de James Bond, lleva un reloj Omega que le regaló su esposa Natalia en uno de sus cumpleaños. A propósito, cuando habla de Natalia se le iluminan los ojos de la
felicidad.
Llegamos al megacolegio a las 8:25 de la mañana. El alcalde entró a uno de los salones y saludó a los niños.
—Buenos días, ¿cómo están? ¿Cómo les ha ido?
—Muuuuuyyyyy bien —respondieron en coro.
Después de algunos mensajes de cariño, les preguntó:
—¿Cómo se llama el Presidente de Colombia?
Los chicos quizá escucharon mal o quizá quisieron jugarle una broma al alcalde, y respondieron, en coro otra vez:
—¡Marcos Daniel Pineda!
El alcalde soltó una carcajada. Entonces le preguntamos:
—¿Le suena la Presidencia?
—El futbolista que diga que no quiere ser campeón del mundo, miente —nos
responde.

Entró a otro salón y al descubrir que los niños estaban en clase de inglés, les soltó algunas frases en ese idioma. ¿La verdad? Se le escuchó más chistoso que el inglés de Uribe cuando hablaba en la ONU. Pero
los niños le entendieron.
—Para el inglés… pocón, pocón —dice el alcalde entre risas—. Esa es una tarea para el año 2012. Apenas termine la administración me iré con mi familia a Boston (E.U.) a estudiar inglés y a hacer un postgrado en la escuela John F. Kennedy de la Universidad de Harvard.
Ahora se dirige hacia la Avenida Circunvalar a evaluar unas obras. Cada vez que habla, así sea para  dirigirse a dos personas, el tono de su voz parece sacado de un discurso a una multitud en la plaza
de un pueblo. Va en el carro, sentado en el asiento del copiloto, mientras mira al horizonte y empieza un monólogo, como si estuviera dictándole a una mecanógrafa el informe de su gestión:
—Hasta hace cuatro años (un alcalde) construía tan solo 6 kilómetros de vía. Nuestra administración lleva 25 kilómetros y terminaremos el año con 30.
Esta misma frase la publicó en su Twitter el día anterior, cuando alguien lo llamó #ElRompeCalles.
—Para hacer tortas hay que romper huevos— explicó.
Y continuó:
— Al árbol que da frutos es al que más le tiran piedras —dice—. En un mundo como el de la política, en el que muchos quieren llegar a los codazos, se encuentra uno con adversarios que no saben cómo sacarte del
camino. Hay demasiada envidia, intriga, celos, ese es el lado feo y oscuro de la política. Mi abuelo (Amaury García Burgos) decía que para estar en política uno debía tener piel de cocodrilo y revestirse de aceite para que todo le resbale. Eso he hecho. Los políticos tenemos que aprender a tragarnos un sapo todos los días, yo me he tragado muchos. Pero uno no puede caer en la tentación del juego sucio del adversario.
Sus manos no se quedan quietas, cada movimiento que hace con ellas parecen darle gasolina a las palabras que salen por su boca. Si fuera manco, probablemente sería también gago o mudo. A lo mejor eso
lo aprendió de uno de los tantos libros de oratoria que ha leído.
—Amo lo que hago, me encanta el servicio, amo a esta ciudad, tengo a Montería en la cabeza. Por eso me preocupa a quién le voy a dejar la ciudad, tengo la mayor ilusión de que los monterianos elijan a una persona visionaria que sepa interpretar lo que estamos haciendo y continuar el legado.
Marcos Daniel dice que no es un alcalde de guayaberas.
—Por mí nunca me quitaría los bluyines. Es la ropa con la que más me siento cómodo, no soy un alcalde de guayabera, soy un alcalde tropero. La Biblia de un buen gobierno es el contacto con la gente, estar en las calles.
Ahora nos dirigimos al barrio Villa Cielo. Dos noches antes un vendaval tumbó los techos de más de 130 viviendas. Llegó, saludó, conoció la situación y les ordenó a sus secretarios tomar acciones inmediatas.
Y así fue. Les arreglaron los techos y les dieron mercados.
De regresó vio que un viejo amigo de su familia se había varado en la carretera. Le ordenó a su conductor detenerse. Abrió la puerta, y preguntó:
—¿Qué pasó, don Gabriel?
—Hola, doctor. Se dañó una palanca. Ajá, ¿docto, y por quién vamos a votar?
El alcalde soltó una carcajada más. Miró al puesto trasero del carro y dijo para que escucháramos los periodistas:
—Por quien quiera, don Gabriel. El voto es libre.
Ahora estamos en la entrada de la Alcaldía. Varios periodistas lo abordan y él habla sobre aciertos recientes. Se le acercó otra vieja amiga de su familia. Él la abrazó con ternura y le dio un
beso. La señora estaba feliz.
—¿Cómo se llama usted, señora? —le preguntamos.
Ella responde acentuando el tono de voz en la última palabra:
—Yo me llamo María Mora… C-o-rre-a.
El alcalde salió disparado de allí y se dirigió a su despacho.
En su oficina, detrás del escritorio, en una repisa de madera, reposan cinco bolas de beisbol y las figuras de un soldado, un primera base en acción, y de San Rafael, un cuadro de la Virgen del Socorro, patrona
de las familias Pineda y García, y un mini-componente que nunca suena.
—¿Al finalizar su gobierno, usted tiene más amigos o más enemigos? —le preguntamos.
—¡Qué pregunta tan difícil! El 31 de diciembre se harán a un costado los amigos del alcalde, pero los amigos de Marcos Daniel seguirán conmigo.
—¿Usted cree en el horóscopo?
—Esa es una de esas cosas en las que uno no cree, pero que lee. En donde veo un horóscopo abierto lo leo.
—¿Cuál es la canción que más le gusta?
—Nació mi poesía, de Fernando Dangond Castro. La canto cuando tengo dos tragos en la cabeza.
—Dicen que hay algunos titulares de EL MERIDIANO que a usted no le gustan…
—El "¡Por fin!" no me gusta (risas). Pero yo entiendo que ese es el titular que más le gusta al director del periódico (risas).

* Publicada en EL MERIDIANO de Córdoba el 11 de setiembre de 2011

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