Sencillo de leer, corto y sorprendente. En cada página, La invención del amor sorprende a los lectores con las barbaridades que se inventa Samuel, el protagonista. Cada cosa que dice tiene coherencia con la otra, por eso, su farsa es tan buena que hasta uno, que sabe que es mentira, alcanza a creérsela.
Todo empezó con una llamada, mientras Samuel contemplaba a Madrid desde la terraza de su apartamento. El sonido del teléfono lo saca de sus pensamientos y al otro lado de la línea un hombre lo llama por su nombre y le da una noticia: Clara ha muerto. Aunque él no sabe quién es la fallecida, decide ir a su entierro. Ahí se encuentra con Carina, la hermana de la difunta, y empieza a inventarse a una Clara a la que supuestamente amó.
El hombre que se imaginó todo este enredo es José Ovejero, un español menudo y tranquilo que no se cansa de hablar, el ganador del Premio Alfaguara 2013. EL MERIDIANO Cultural habló con él sobre el amor, su libro, su proceso creativo y el significado de este premio.
Empecemos por el final. En la última página, Samuel dice que hubiera querido escribir un libro titulado El amor es un cuento. ¿Pensó alguna vez en llamar así a este libro?
Este no, pero había pensado en otra ocasión escribir un libro de cuentos que se llamaría así, y, como Samuel, descubrí que ya existía. Eso me ha llevado un poco a ese tema de que parece que sobre el amor ya todo está dicho y, sin embargo, he querido escribir una novela que se llama La invención del amor.
¿Se puede inventar el amor? Samuel lo hizo y llegó al punto de enamorarse de esa Clara que había inventado…
Llega un momento en que no se sabe muy bien cuál es la realidad. Samuel se inventa el amor y de alguna manera eso lo lleva a sentirlo de verdad, que es lo que yo creo que hacemos todos. Cuando nos enamoramos nos inventamos a la otra persona, las idealizamos y eso es lo que nos lleva a sentir un montón de cosas. Que luego hay que adaptarlas a la realidad.
Es común que marquen de un número extraño, pero no que lo llamen a uno por su nombre a darle una noticia, como sucede en La invención del amor… ¿Cómo surgió el principio de la historia?
Es que soy escritor (risas), se me ocurren cosas así. Primero, no me ha pasado, ni conozco a nadie que le haya pasado algo así, ni lo tomé de ningún libro, simplemente se me ocurrió y enseguida vi que eso se podía desarrollar como una novela y que tenía que ver con cómo nos inventamos el amor y con eso otro de la suplantación, que está muy presente en la novela: ser otro, el suspenso que esto trae y ese placer de vivir una vida que no es la tuya.
Cuando hizo el comienzo, ¿ya sabía cómo iba a ser el resto de la novela?
No sabía nada. Ni siquiera sabía que iba a haber otro Samuel, claro que tenía que haberlo de alguna manera, por algo lo confunden. Pero no sabía si iba a desempeñar un papel en la novela, cuál, ni que iba a aparecer Carina y que la novela se iba a desarrollar a partir del encuentro con ella. Encontré esa escena inicial, me puse a escribir, lo siguiente que me dije fue: ‘Bueno, Samuel debe trabajar en algo’, porque hay novelas en las que parece que la gente no trabajara ni tuviera otros problemas. Entonces, se me ocurrió ponerlo en una empresa de materiales de construcción, de ahí sale la discusión con su jefe y él se excusa en que Clara ha muerto. Todo eso se me iba ocurriendo.
Porque claro, no podía escribir una novela solo así. Una novela requiere un orden, unas escenas, una determinada tensión narrativa y eso lo hice cuando la tenía muy avanzada: hice un final provisional y empecé a ordenar el material, vi qué faltaba y qué sobraba.
¿Qué ha significado para usted este Premio Alfaguara? ¿Cree que está en la cima de los escritores hispanos?
Espero que no. Bueno, nunca se sabe, a lo mejor a partir de aquí viene la decadencia (risas). El premio significa una cosa muy evidente: me saca de la crisis española por algunos años. Ahora mismo la cosa está muy mal en el mundo de la cultura y este premio me supone una tranquilidad; es sobre todo independencia, permitirme hacer lo que quiera. La otra cosa, que es muy importante para mí, es que la novela está presente en toda la América de habla hispana, lo que es muy difícil de conseguir. A mí me alegra mucho saber que se está leyendo en todas partes y eso además arrastra a las otras novelas que había escrito.
Usted ha dicho que los premios les permiten a los escritores vivir de la literatura…
Eso, salvo cinco o diez que venden cien mil ejemplares, pero la mayoría no estamos ahí. Los premios nos permiten vivir de la literatura sin tener que estar haciendo trabajos que a lo mejor no te interesan.
¿Por eso pensó en dejar de escribir? ¿Qué le hizo irse y qué lo trajo de vuelta?
Irme, que llevaba muchos años escribiendo sin publicar, sin que a nadie le interesase lo que hacía y pensé que estaba perdiendo mi tiempo. Pero no podía, me gusta escribir, me da muchas cosas. No soy de esos que pretenden que la literatura es más interesante que la vida y que prefieren vivir en los libros a vivir su vida fuera de ellos.
¿Cuánto le duró este divorcio?
Quizá cuatro meses, no aguanté mucho.
Pero, además, usted es historiador…
En realidad estudié historia sabiendo que quería ser escritor, pero lo de escritor uno no puede concebirlo como una profesión, porque lo más probable es que no puedas vivir de ello. Yo siempre pensé en que además de la literatura, debía dedicarme a otras cosas, para no tener que estar escribiendo algo que no me gustara, por eso he preferido ganarme la vida con otras actividades.
¿A qué hora escribe?
Yo no podría escribir solo cuando se me viene algo a la mente. Creo que eso da para escribir poemas o algún cuento, pero no una novela. Entonces, simplemente me levanto e intento escribir, a veces escribir es simplemente quedarte mirando la computadora y no saber qué hacer y al paso de una semana solo has escrito tres frases que valgan la pena. La escritura también tiene parte frustrante, de todo el tiempo que pasas sin escribir queriendo hacerlo. Pero, regularmente, escribo por la mañana, por la tarde corrijo o me documento. Cuando tenía otro empleo escribía por las noches, los fines de semana y en vacaciones. Ahora me puedo dar el lujo de escribir por un día y luego descansar.
¿Tiene algo en mente para su próxima publicación?
Tengo una novela avanzada y un libro de cuentos, pero los dejé porque La invención del amor tiraba más de mí. Aunque al principio no me interesaba, me ponía a trabajar en las otras cosas y se me ocurrían ideas para La invención del amor.
En una entrevista dijo que usted se iba al Museo del Prado a buscar inspiración e incluye esto un poco en su libro. ¿Hay algún otro elemento de su vida que esté en la novela?
Sí, la casa de Samuel es casi calcada de la mía, el barrio es mi barrio. Es que cuando escribo, me imagino dónde se desenvuelven los personajes y me voy a allí. Como se me ocurrió que Samuel estaba en su terraza y vivía en Madrid, entonces, ¿para qué irme más lejos? En el caso de Nunca pasa nada, que es otra de mis novelas, la protagonista es ecuatoriana y me fui a Ecuador a ver dónde había vivido esa chica, saber qué ha visto, olido y escuchado, cómo ha ido a la escuela y, además, esa era una excusa perfecta para visitar Ecuador. Esta vez ha sido la más cómoda, aunque la vida de Samuel y la mía no tienen mucho que ver.
*Publicado el 20 de octubre de 2013 en El Meridiano Cultural, suplemento dominical de los periódicos El Meridiano de Córdoba y El Meridiano de Sucre.
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